Haciendo honor al origen mitológico del nombre de este espacio, propongo ofreceros una visión grecolatina del nacimiento de la cultura del vino, probablemente, si se me permite, uno de los alicientes que más ha contribuido a crear en el imaginario colectivo una fuerte percepción de éste como una “experiencia más allá de los sentidos”.
Y es que si hablamos de vino, no podemos olvidar, mirando muy atrás, el nombre de Dionisio (o Baco, en su denominación latina), dios de la exuberancia, la naturaleza y la viña. En sus representaciones aparece siempre con encarnado en toro, serpiente o cabra y con los símbolos vegetales de la hiedra y la viña enroscadas en torno al báculo que le acompaña. Su nacimiento, aunque de padres “terrenales”, se fundamenta en un milagro, hecho que le convierte en un semidiós. Zeus decidió protegerle de la ira de Hera, quien acabó con los padres de Dionisio, ocultándole bajo ropa femenina en la corte del rey Atamante. Solo fue cuestión de tiempo que la celosa mujer de Zeus descubriese el engaño y volviese loco al rey. Zeus encargó entonces a Hermes que escondiese al niño en la región de Nisa, donde Dionisio fue educado por ninfas y por el sabio Sileno, que le enseñó el arte de tocar la flauta y le hizo descubrir el vino, con el cual se embriagaría frecuentemente con sus compañeros. Hera descubrió finalmente el paradero de Dionisio y le infundió la locura, que le acompañaría en su recorrido por el mundo hasta su subida final al Olimpo.
El culto de Dionisio adopta a menudo los rasgos de una religión mistérica. Roma confundiría muy pronto a Dionisio con el antiguo dios latino Liber Pater. Dionisio simboliza particularmente la ambivalencia del vino, remedio y adicción. Probablemente en este punto podamos establecer una clara conexión con la actual cultura del vino. De carácter socializador, efectos embriagadores y un proceso de tratamiento especialmente cuidadoso, el vino (ya lo sabía Dionisio) es algo más que la bebida que acompaña las comidas. Tal y como apuntaba el periodista Carles Pastrana, es un pedazo de historia en cada botella y, por qué no, subconscientemente, el “manjar de dioses” que le da el toque elevado que aun perdura en nuestros días.
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